En la ciudad de Villa Candelaria, en las afueras rocosas de Bolivia, la esperanza parecía tan distante como las montañas en el horizonte. Este barrio se forjó en la adversidad: familias de mineros, desarraigadas por la pérdida de empleos, crearon nuevas vidas a partir de piedra y polvo. Sin embargo, incluso en este lugar árido, una visión tomó forma. Movida por la compasión, Beatriz Saavedra respondió comenzando una escuela. Reunió a la comunidad y, juntos, construyeron una casa, una cabaña y transformaron un contenedor de transporte para formar un pequeño refugio para los niños.
Sentando las bases
Estos decididos esfuerzos sentaron las bases para el Wiñay Kusiy, “Felicidad Eterna” Centro Infantil. Ese año, Beatriz y su equipo construyeron algo donde antes no había nada. Una de las queridas maestras de la escuela, Jeane Goytia, comparte el viaje: “Por la gracia de Dios, el proyecto creció. Nuestra comunidad alberga la Escuela Nuevo Conocer y el Wiñay Kusiy Centro Infantil, donde atendemos a niños de 8 meses a 5 años”. La escuela ya no es solo un edificio; es un salvavidas en un lugar donde la oportunidad puede sentirse fuera de alcance.
La comunidad siempre ha enfrentado desafíos, pero algunos de los niños más vulnerables son los que viven con sus madres en prisión. En Bolivia, los niños pueden permanecer con sus madres tras las rejas hasta los cinco años. Para estos pequeños, el centro es un paso diario del confinamiento a la promesa de libertad. Cada mañana, el personal los recoge de la prisión y los lleva al centro, donde se les anima, se les enseña y se les cuida durante todo el día. A las 4:00 p.m., son devueltos a lo que llaman hogar: una vida con sus madres dentro de los muros de la prisión. “Todas ellas son historias de transformación, porque venir a la escuela significa libertad para ellos, y eso realmente nos conmueve mucho”, comparte Jeane.
Recuerda a una niña que llegó al centro descalza, vistiendo su único vestido. A lo largo de los años, esta niña creció junto con el centro; eventualmente asistió a la universidad y enseñó en tercer grado. Hoy, se encuentra al frente del aula: segura de sí misma, compasiva e inspirando a una nueva generación de estudiantes con la misma esperanza y aliento que una vez recibió. Su vida lleva la impronta de la fidelidad de Dios: moldeada por la gracia, refinada por el desafío y forjada en un cambio duradero.
Creciendo en habilidad y espíritu
La asociación de Edify se ha convertido en una continuación de la misma esperanza que primero despertó Wiñay Kusiy a la existencia. A través de la capacitación continua y la integración de la tecnología educativa, los maestros están capacitados para crecer en habilidad y espíritu. Han aprendido a entrelazar la fe, la alfabetización y el aprendizaje digital, asegurando que cada lección construya comprensión y confianza. “Todas estas sesiones de capacitación con Edify nos brindan las herramientas y nos motivan a seguir trabajando por el bien de cada uno de nuestros estudiantes, sin dudar de nuestro crecimiento personal como maestros”, explica Jeane. Desde el preescolar hasta la escuela primaria, las aulas ahora zumban de curiosidad mientras los estudiantes aprenden a leer, pensar, cuestionar y usar la tecnología con sabiduría.
La historia de Wiñay Kusiy es una de fe multiplicada: desde un solo acto de compasión hasta una próspera comunidad de aprendices. Lo que comenzó como un pequeño refugio construido con determinación es ahora un pilar de posibilidad en Villa Candelaria. Con la gracia de Dios y la asociación de Edify, el centro continúa creciendo, dando forma a vidas que, a su vez, darán forma al mundo que les rodea. Cada niño que cruza sus puertas es una prueba viviente de que, incluso en los lugares más difíciles, Él es fiel para completar la buena obra que ha comenzado.
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